domingo, 1 de diciembre de 2019

Ruta III: Tarazona - Añón del Moncayo

Domingo 1 de Diciembre 2019

          Hoy es un día tranquilo. Teníamos varios planes en la recámara pero al final hemos terminando desechándolos todos, y aferrándonos solamente a unas pautas concretas. Yo quería tocar la guitarra, así que necesitábamos un sitio mágico y tranquilo. Menos es más, especialmente cuando se trata de disfrutar de paz y el intento de música que soy capaz de crear. Ella quería hacer fotos, y francamente, cualquier rincón que tenemos al alcance es perfecto para fotografiar. Aragón está repleto de magia y mística, como Bécquer se aseguró de contar al mundo entero. Con todo esto y algunas cosas más en mente, nuestro destino estaba claro: Añón.



          Dejamos el coche a la entrada del pueblo para poder disfrutar del calor que ofrecen sus calles; de las vistas tan increíbles que hay sea cual sea el lugar al que mires; para poder respirar el aire puro que Moncayo regala; para poder encontrar nuestro lugar. Atravesamos el pueblo, él con la guitarra a cuestas; y yo fotografiando cualquier detalle que me movilice por dentro. 





      Gnomos decorativos, ventanas cubiertas por la ilusión de quien los colocó ahí. Sombreros naranjas y verdes nos cuidan las espaldas a cada paso que damos. Los dejamos atrás, pero no nos alejamos demasiado de esa sensación; la seguridad.




     Seguimos subiendo, la música comienza a pesar; no queda demasiado tiempo para que encontremos nuestro lugar perfecto. Árboles, pájaros, las Peñas de Herrera, nuestros sueños despertando. El castillo está muy cerca, las campanas aceleran nuestro pulso. Nos sentamos. 
           Yo leo mientras él improvisa melodías. Cuando el arte llama a tu puerta, hay que abrirle. Hay que dejarle salir. Bueno, en realidad hay que dejarle entrar. Dejarle entrar y convertirse en un vehículo a su servicio. Expresar conceptos que sean capaces de llegar a lo más profundo de las almas que lo aprecien. El arte es magia. Es misterio. Es calor y frío. Es capaz de hacer que el cuerpo no sienta el frío que lo atenaza. Es capaz de hacer reír a quién no para de llorar, y de hacer llorar a quién se considera insensible. El arte es...



Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

(Bécquer - Rima LIII)
En el majestuoso conjunto de la creación, 
nada hay que me conmueva tan 
hondamente,

que acaricie mi espíritu y de vuelo 
desusado a mi fantasía 

como la luz apacible 
y desmayada de la luna.“

Bécquer - Rayo de Luna





          Como hemos dicho, las calles están llenas de secretos y de historias que, quizá un día, sean contadas en este blog. Sin embargo, no se queda atrás su entorno. Las cuevas de Añón, las aguas que bajan del Moncayo, los bosques que están cambiando de color. Bécquer lo sabía, escribía sobre todas estas cosas mientras su hermano las plasmaba en sus lienzos. Maravilloso arte, que inmortaliza lo que las retinas fotografían.

          Para que veáis de lo que hablamos, queremos dejar aquí algunas imágenes que nos han cautivado. Que han hecho que queramos volver una y otra vez a respirar la paz que este lugar nos ha regalado.

El colegio donde tantos niños han crecido.




 La parte trasera del castillo, tras los muros.




El río que sigue el camino hacia las cuevas.




Un pozo atrapado por las verdes hojas; quizá más lleno de esperanza que de agua.




Una ventana oculta. Cuántas historias sabrán esas paredes.




Las inigualables Peñas de Herrera.




    
        Como es costumbre en nuestros viajes, al llegar a Tarazona hemos parado en el Bar "El Cultural" y hemos disfrutado de un café ecológico y un batido de vainilla, al mismo tiempo que hemos llenado nuestra mente de nuevas historias. Desde ahí os estamos escribiendo, mientras escuchamos música de Nigeria y pedimos un nuevo café.

             Esperamos que os haya gustado, y que visitéis Añón del Moncayo, para que comprobéis que es un lugar que os cambiará la vida, y la forma de afrontarla. Viajad todo lo que podáis, a través de libros; a otro país o al pueblo de al lado. Salid y tomad el aire; respirad... solo tenemos una vida, y si no la vivimos ahora... ¿Cuándo?



 Vistas de Tarazona:









miércoles, 3 de abril de 2019

Ruta II: Tarazona - Talamantes




 Nos sentamos en el coche y no sabemos muy bien dónde ir. El cielo está gris, y conocemos el dicho "en abril, aguas mil".

Cogemos carretera y las nubes deciden seguirnos. Talamantes nos parece un buen destino. Es un pueblo que está a las faldas de las Peñas de Herrera, en el Moncayo, al que ya hemos ido en otras ocasiones, pero al que nunca nos cansamos de visitar.




 Es medio día, así que queremos comer al aire libre. Empieza a llover, pero nos agrada sentir las gotas de lluvia en nuestra piel. El Planeta necesita agua; los campos la anhelan, los animales la buscan... ¡Cuánto bien nos hace!

Sin embargo, comienza a diluviar y decidimos resguardarnos en el primer sitio cubierto que vemos; la parada del autobús, repleta de sacos de sal para el deshielo. Desde ahí, comienza nuestra verdadera aventura.




Se abre un claro entre las nubes, y ahí está. La naturaleza nos reclama, pero creemos conveniente fotografiar antes el pueblo. Al fin y al cabo, es precioso por sí mismo. Cuanto la lluvia cesa, un camión de alimentos utiliza la bocina para avisar que ha llegado. Los vecinos salen a la calle, y nos saludan con una sonrisa particular.

Somos desconocidos, pero nos hacen sentirnos como en casa: "Que vaya muy bien, y tengáis mucha salud". Qué gusto da viajar así.

Es increíble cómo los colores, vivos,
de las fachadas, nos motivan a seguir
caminando.

Nos está llamando. La madera contrasta
con las rocas.
Cuántas historias hay detrás de esas ventanas.

Nos sentimos vivos,
y el pueblo lo está también.

Hay vida en él, aunque ya nadie queda
fuera de su hogar.
Hace frío, y la tormenta permanece amenazante.



Sigue nuestra ruta,
intentamos ver más allá de lo que a simple vista podemos ver.

La Iglesia de San Pedro Apóstol, del siglo XVI se abre paso entre las ramas del único árbol de la plaza.

Las aves vuelan,
desordenadas,
buscando un cobijo;
alimentos,
ilusión.

Nosotros nos sentamos,
no querernos olvidarnos nunca de ese olor. Queremos regalarnos unos segundos a nosotros mismos.


Humedad, vegetación, felicidad.

De pequeños instantes se crea la eternidad.

Las ruinas del Castillo, construido en el año
1175, nos hacen sentirnos seguros.
La Orden del Temple, en 1210 se hizo cargo de él, pero más tarde pasó a manos de la Orden de San Juan del Hospital, hasta 1780 (como el Castillo de Añón, del que hablaremos en la próxima entrada).

Conocer su historia nos hace preguntarnos, "¿Cuántos ojos lo habrán visto antes que nosotros?, ¿cuántas manos lo habrán tocado?"

Los pájaros pasan encima del muro Norte, quizá desconociendo que la parte Sur de la construcción falló desfigurando el patio de armas. El Terreno en el que estaba cedió, y una parte de la historia se fue con él.

Pero sigue siendo bello. Entero o destruido, lo que fue, es y seguirá siendo aunque nuestros sentidos no puedan volverlo a conocer tal cual fue antaño.

Ahora sí,
una vez que nos hemos nutrido de patrimonio cultural, queremos sentir el mundo escondido entre los barrancos de Valdeherrera y Valdetreviño.

Más vida, desde luego.

No ha llovido demasiado, pero del suelo brota una verde vegetación que nos atrapa y no podemos creer lo bonito que está todo.





















Aprovechamos la tranquilidad para apreciar el silencio.
Se escucha a los animales ser libres, a los árboles competir con la brisa. A nosotros, respirar.
Nos llenamos de energía, y caminamos.
Caminamos por rincones que nunca antes habíamos visto.





















 Siempre se puede descubrir algo nuevo.
Por mucho que hayas estado ahí cien mil veces antes.






El agua está presente en todos los rincones,
los insectos caminan junto a nosotros,
y nos damos cuenta que ellos también están impresionados.

Qué suerte tenemos de estar vivos.

Filas perfectamente ordenadas, 
de hormigas,
nos recuerdan que la tormenta sigue encima de nosotros.

Pacientes, hermanadas, contribuyen las unas con las otras para buscar alimentos. Entre cuatro transportan la comida. Suplican, sin decirlo, que no nos interpongamos en su camino, pues si una se despista, todas morirán al no saber encontrar su hogar.

¿Acaso los seres humanos aprenderemos a darnos la mano y a no juzgarnos? 
¿A ayudarnos, y no derribarnos los unos a los otros?

Nos vamos, pero antes, miramos arriba y el Cielo nos hace un último regalo:



Las Peñas de Herrera.
Casi se pueden tocar.


Nuestro trayecto no ha acabado, pues de camino, decidimos investigar y nos atrevemos a buscar algo que nos inspire todavía más.



Aparcamos,
andamos,
y ahí está:


Más ruinas, más historia. Vestigios de un pasado olvidado, caminando entre las sombras del pasado.




 Seguimos nuestra ruta. Tarazona nos está esperando, pero no podemos irnos a casa sin visitar nuestro segundo hogar:



El Bar el Cultural, en el Paseo Fueros de Aragón, 14. El café de allí es increíble, y qué decir de los camareros; siempre dispuestos a charlar, y a compartir su tiempo con nosotros.

Recordad que quien pasa sus segundos junto a vosotros, es alguien a quien hay que cuidar. Al fin y al cabo, el tiempo es lo único que no se puede recuperar jamás. Por eso, aprovecha, disfruta, vive.

Viaja, aunque sea a diez metros de donde estás ahora mismo. Abre los ojos, mira más allá, lee entre líneas, y date la oportunidad de ser feliz.

Te lo mereces.

Recuerda a las personas que te importan lo que significan para ti, todos necesitamos escucharlo de vez en cuando.


¡¡ NOS  VEMOS  EN  LA  SIGUIENTE  AVENTURA!!

lunes, 4 de marzo de 2019

Ruta I: Tarazona - Soria

Pese a que en el título pone que es la primera ruta, las personas que nos seguís desde hace algún tiempo, sabéis que no es del todo cierto. No es la primera vez que nos montamos en el coche, cámara en mano, y vamos en busca de algún rincón que nos despierte diferentes sentimientos.
Sin embargo, sí que es la primera en la que tomamos conciencia de lo importante que es compartir con todos vosotros las imágenes que inmortalizamos a través del objetivo, ya que si nunca habéis estado en esos sitios, o sí habéis estado pero no os habéis tomado el tiempo necesario para sentir, os invitamos a que el próximo día que tengáis tiempo, os acerquéis, os sentéis, y respiréis el mismo aire que nosotros hemos respirado.

La gravedad del cambio climático ha provocado unas altas temperaturas en el mes de febrero, y las flores empiezan a sentir que es primavera. Los animales salen de su letargo y nos acarician cuando menos lo esperamos. 

Razón por la cual, una vez montados en el coche, decidimos emprender el camino a Soria. Tierra Castellana que ha visto nacer a muchos artistas.

Sin embargo, la carretera tiene sus ventajas, y sus desventajas, si pensamos en el gasoil que consumimos cada vez que nos desviamos de la ruta principal.  Pero supongo que así somos nosotros, nos quedamos siempre con las cosas buenas, porque la vida es tan breve que sabemos que cualquier segundo puede ser el último. Cuando llegamos a Matalebreras, y vimos a un "burro" entre sus calles, supimos que teníamos que tomar el desvío.





El primer pueblo en el que entramos, Montenegro de Ágreda, estaba casi desierto, producto de la despoblación a la que nuestro país se ve sometida desde hace muchos años. Solo los ladridos de los perros nos acompañaron, y también el aroma de la granja que estaba a nuestras espaldas. No obstante, pese a la soledad que se incrustó en nuestro interior, nos enamoramos del lugar.



Si cerrabas los ojos, al igual que pasaba en Nieva, Arancón, Fuensauco o Calderuela, otros de nuestros destinos, podías sentir la nostalgia de los tiempos pasados. Donde, seguramente, alguien se enamoró, formó una familia,y fue plenamente feliz, mientras otros tuvieron que emigrar en busca de oportunidades. Se sentía el dolor, pero también la añoranza de aquellas personas que fueron a otros lugares. Todavía hay vida y el amor se sigue sintiendo cada vez que miras a algún habitante a los ojos. No quieren marcharse, porque ahí está su historia. No quieren olvidar sus raíces, razón por la cual no podemos olvidarnos de ellos



.





Nuestros estómagos, dado que ya eran las dos de la tarde, rugían hambrientos, y decidimos no desviarnos más. Llegamos a Soria, y nos adentramos en el parque de la Dehesa.


Buscamos un banco y, mientras comíamos, fuimos testigos de la diferencia que existe entre la capital, y el resto de los pueblos que habíamos visitado.

Personas mayores y niños, caminan de la mano y corren persiguiendo algún balón.

Es domingo, y quieren disfrutar del día de fiesta. Seguramente mañana, tendrán que volver a su rutina: colegio, trabajo, actividades deportivas...



No obstante, no nos bastó con lo que veíamos ahí, decidimos seguir andando y vimos un palomar.

"Podrían hacerle algo así también a los niños, para que jueguen y se sientan a salvo de toda la maldad que existe", dijo uno de nosotros.

Y tenía razón.

La inocencia que presentan la mayoría de los niños, es una virtud que todos los adultos tienden a perder. Quizá por la historia que les haya tocado vivir, por el dolor que han experimentado a lo largo de sus días, por la vida misma. Al fondo, había una iglesia, hogar de una Cigüeña. Quisimos guardarnos ese momento para siempre, en nuestro corazón. Se respiraba Paz, pero unos días más tarde, nos enteramos que no muy lejos de ahí, un preso había muerto en los calabozos de la policía.


Qué breve es la vida, volvemos a confirmar. Hoy estamos aquí, todo va bien, pero puede que dentro de un segundo nuestro corazón deje de latir. Debemos querer en voz alto, decirle a las personas lo mucho que nos importan, y no quedarnos con las ganas de ser la persona que queremos ser. Tenemos que luchar por nuestros sueños, porque nunca es demasiado tarde y, si lo dejamos para mañana, puede que mañana nunca llegue.

No por esta razón, pero sí que tiene que ver con la muerte, decidimos visitar el cementerio. Una persona muy importante para nosotros nos lo recomendó, ya que Antonio Machado había enterrado ahí a su mujer, Leonor, convirtiéndose así en un destino de interés para nosotros, ya que amamos su poesía.




Además, muy cerca de ahí, existe todavía el Olmo al que el mismo poeta dedicó unas palabras. No podíamos irnos sin visitarlo y hacerle alguna foto.


Dice:

"Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina...
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.









Antes que te derribe, olmo el Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en malena de campana,
lanza de carro o yugo de carretera;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta.

Antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera, 
también hacia la luz, y hacia la vida,
otro milagro de la primavera"


La poesía puede expresar tantas cosas, que es necesario pasarse por ahí y leerlo, aunque ya lo hayas hecho antes. Según cómo te sientas, lo que haya ocurrido ese día, según tu historia... sentirás una cosa u otra, y es mágico descubrir lo que provoca dentro de ti en las diferentes ocasiones en las que disfrutas de su lectura.

De camino al coche, dimos un pequeño paseo, y comprendimos que la Luna y el Sol están tan conectados como el alma y el cuerpo, la mente y nuestro ser. No pueden existir el uno sin el otro, y ambos son necesarios también para nosotros. 


























Y es que, hoy, es siempre todavía.





Este viaje nos hizo encontrarnos a nosotros mismos, y no sólo eso, también permitió que nos encontráramos entre nosotros, y para con el resto del mundo. 

La carretera nos ha vuelto a hacer valorar los instantes, los segundos, la vida, las emociones...

Y queremos compartirlo con vosotros, porque no importa si realizas un trayecto de 10 metros, o de 10.000 km. No importa, de verdad. Lo único importante es que tú estés en ese viaje, y le des permiso a tus sentimientos para encontrarte, y mostrarte la magia que hay en tu interior.

Encontrarse con la naturaleza, es encontrar melodía en la vida, y regresar a Tarazona, nuestro hogar, nos lo recordó.