domingo, 23 de febrero de 2020

Ruta V - Tarazona - Duruelo de la Sierra

Podríamos decir que el viaje de hoy ha sido completamente mágico. Posiblemente uno de los más completos hasta ahora. 

Si bien es cierto que nuestra ruta había sido previamente planificada... Conforme la carretera se fundía con el tiempo... El plan ha ido cambiando poco a poco. 

Un fuerte dolor de cabeza me obliga a parar en la cafetería "Cadosa", muy cerquita de Soria, para que la cafeína me haga sentir mejor. Él jamás le hace ascos a una taza de café, así que aparca el coche casi en la misma puerta y disfrutamos de una pausa entre noticias y charlas. Justo antes de irnos chocamos con un montón de mapas de la zona.
Un señor muy amable nos sugiere coger uno de ellos y también nos propone ir a la Ermita de San Saturio,  a 5km de allí. Tras una mirada fugaz... No hacen falta palabras: ambos queremos ir. 

Dejamos el coche en un parking cercano a la carretera y caminamos por la orilla del Río Duero hasta llegar ahí. Con cada paso que damos, entendemos mejor la poesía de Machado. La naturaleza es nuestra banda sonora. Pájaros resuenan al ritmo de las hojas golpeadas con la brisa. Los niños juegan al fondo. Un Kayak provoca olas en el agua.


Hace calor. Seguimos andando. Nos cruzamos con posibles almas gemelas. Andamos un poco más. Hacemos fotos. Teorizamos. Llegamos. Hace frío.



¡Qué bonito!
¡Cuánta historia!

Recorremos cada rincón de la Ermita. Desde las cuevas donde antaño daban lecciones, hasta la Sala de los Canónigos; donde dejamos nuestra huella inmortalizada en un trozo de papel.



Desde la Sala del Ayuntamiento se puede ver "El Arco de la Ballesta". Aquella vista es especialmente mágica. Increíble.



Desandamos lo previamente caminado y regresamos al coche. Tenemos una cita con Vinuesa, lugar al que fuimos hace unos cuantos meses. Comemos frente al mar (es un embalse, el embalse de La Cuerda del Pozo, pero en ese instante... Si cierras los ojos y respiras profundo... Parece que estás en la orilla del Mediterráneo).




Tras leer un rato y tocar el guitalele, con un vaso de café casero, gracias a nuestro termo, emprendemos la ruta hacia el pueblo. Medieval, lleno de piedras y flores en las ventanas. Es increíblemente bello.



Vamos al bar "El Pescador" y tomamos otro café. Un buen amigo nuestro, de cuatro patas, sigue ahí. Como la última vez. Fiel a todos los seres que pasean por esas calles. Hacemos más fotos. Cada rincón es único. Escuchamos una pelota, y dada nuestra afinidad con ellas, seguimos el ruido y vemos a un señor jugando en el frontón.



No os imagináis la felicidad que nos da verle ahí. Sintiéndose un niño más. Exprimiendo la vida. Viviendo. Amándose.




Se nos hace tarde y hemos visto en el mapa dos pueblos más a los que queremos ir, antes de llegar a los que teníamos pensado visitar. 

El primero es Molinos de Duero, muy cerquita. La última vez pasamos por ahí, pero no pudimos verlo. Esta vez no dejamos pasar la ocasión.




Qué antigüedad en sus rincones y cuánta vitalidad en los alrededores. Nietos y abuelos juegan juntos. Los padres ríen felices al verles disfrutar.




El Duero tiene fuerza y nos invita a llegar a Salduero, donde nada más llegar una biblioteca al aire libre, lee y comparte, nos enamora a ambos.



Cogemos un libro prestado con el pretexto de volver antes de un mes para seguir disfrutando de esa esencia mágica que desprende mires donde mires.



Se hace tarde. Queda menos de una hora de luz. 


Covaleda es el siguiente pueblo.

Vacas, caballos y ovejas nos dan la bienvenida. No puedo evitar sentirme bien al verlos en libertad. Pastando y respirando aire puro. Quiero inmortalizarles así; libres.



Una casa de árbol me inspira inocencia. ¿De quién será la historia que esconden esas paredes?



Contra la violencia de género, reza la fachada del ayuntamiento. Cuánto dice eso de un pueblo. Qué bonito, qué necesario. 

Nos fijamos en que la estampa no es igual que en el resto de los pueblos: las casas características envueltas en piedras no abundan. Nos informamos: hubo un grave incendio en los años 20 del siglo pasado. 

Si así ya es hermoso, ¿cómo sería entonces? 


Está anocheciendo. Pero necesitamos otra parada estratégica: el nivel de cafeína en nuestro cuerpo está bajo mínimos.

Entramos a "Restaurante Nevada" y pedimos otro café. Me fijo en los nudos que hay en un cuadro. ¿Alguno de los dueños habrá sido marinero? ¿Por qué yo, siendo de secano, me siento tan cercana al mar?


Cuando salimos ya no queda luz. De camino a Duruelo de la Sierra, el atardecer es nuestra meta. El cielo está rojo en la lejanía. Parece que arde, que quema. Pero hace frío, el sol está calentando otros rincones. 


Apenas se ve nada, sólo lugares iluminados... Pero podemos respirar un aire único. 


Volveremos. 

Volveremos a todos estos lugares... Porque os aseguramos que no nos han dejado indiferentes. ¡Aún estamos vibrando al recordar todo lo que nos han hecho sentir!

Te animamos a que los visites... Y nos cuentes qué te han parecido. 

¡Muchas gracias por acompañarnos una vez más!

Aquí os dejamos más fotos del viaje: